Caprica |
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Amor borrosoNuestra relación había empezado como cualquier otra, no sé qué cambió para que se desarrollara de aquella forma. Sé que muchas historias comienzan con una descripción del momento que conoces a dicha persona, recuerdas el color de su ropa, cómo era el día, y cuántas mariposas sentiste en el estómago en ese mismo momento. Para mi no fue así, es más, no guardo recuerdo alguno de aquel encuentro. Sólo puedo especular sobre el día intentando recrear en mi mente lo que podía haber pasado. Seguramente la conocería en una de las fiestas que organizaba mi primo, lo que ocurre allí pocas veces me queda en la memoria. Al cabo de unas semanas de frecuentar dichas reuniones comencé a notar su presencia, desbordaba alegría y no paraba, encontrarla dos veces en el mismo sitio era casi imposible. Fue así como poco a poco se fue metiendo en el grupo. Me parecía extraño, porque paulatinamente se iba formando una complicidad entre nosotros, como de estas que surgen raramente entre maestro y alumno, pero sin esa jerarquía intelectual y moral, los dos eramos maestro y alumno por igual.No sé cómo se convirtió en deseo. Y de repente un día ocurrió. Paseábamos tranquilamente con otros amigos por una calle trasera cercana a la playa. Acabábamos de hablar sobre nuestros padres, ella me contaba como el suyo nunca había estado a su lado, pero yo entreveía lo que parecía un amor receloso, me dio pena al pensar que nunca podría tener una relación normal con un hombre. Miraba al suelo cuando sus dedos tocaron ligeramente la palma de mi mano por un instante, para luego agarrar con una fuerza inesperada el resto de mi mano. Aunque todo mi cuerpo empezó a transpirar, era mi estómago el que se resentía. Me quedé inmóvil, no porque no sabía qué hacer, temía que mis acciones arruinar por completo el momento. Lo que pasó después queda desdibujado al quedarse impreso en mi mente, tendemos a divinizar o demonizar nuestros recuerdos, no quiero hacer eso en este momento. Se sucedieron meses de caricias y riñas, no puedo decantarme por cuál predominaba, los amores de juventud son pasión sin mucha cabeza. Hasta que un día como otro cualquiera cambió todo. Abrí los ojos lentamente. Estaba en mi habitación. Miré las sábanas, eran las mías, las de color azulado, se desprendían hasta el suelo, donde se amontonaba mi ropa y la de ella. Comenzaron a venirme a la mente imágenes de la pasada noche, pocas veces dos cuerpos habían desarrollado un lenguaje tan compenetrado. Estiré lentamente el brazo hacia mi derecha buscándola a ella sin atisbo de duda, sabía que me iba a encontrar su pelo posado sobre su cachete, con los ojos cerrados, y su mano suavemente colocada cerca de su hombro. Fijé mi mirada y allí estaba. Tal como la había imaginado, excepto que no conseguía ver con claridad sus ojos. A tientas busqué mis gafas sobre la mesita mientras no paraba de fijar mi mirada en mi amada. Pasó algo raro cuando conseguí ponermelas, sus ojos seguían algo borrosos. Aunque estaba asustado intenté despertarla posando mi mano sobre su antebrazo, murmurando cándidamente "Cariño". Ella se desperezó poco a poco, pero aún así la ambiguedad visual seguía allí... Ella dijo "¿qué?" con una sonrisa, como si nada pasara. Podría ser un síntoma de una extraña enfermedad que no tuviera otros indicios, simplemente una textura borrosa sobre los ojos, pero, ¿realmente había algo sobre ella o era un reflejo de lo que a mí me pasaba?. Pregunté que cómo había dormido, respondió que perfectamente dándome un cariñoso beso balanceando un poco su cuerpo mientras lo hacía. Un beso como cualquier otro y a la vez distinto. Esa extraña variación en mi vista seguía ahí. Me levanté no sin tropezarme con el caos creado la noche anterior y me dirigí a la ventana. Todos los objetos en los que posé la mirada seguían igual de claros que siempre. Ví a una mujer mayor que paseaba un pequeño yorshire a unos metros de mi casa. Parecía completamente normal, pero no podía afirmarlo, no conseguía ver la cara. Busqué cualquier otro ser humano que me permitiera indagar su rostro, pero la calle estaba extrañamente desierta. Sí veía lo mismo en su cara quizá fuera algún extraño problema cerebral. La mujer se disponía a cruzar la calle, y en ese momento giró el cuerpo en lo que para mi fueron segundos, pero la marca no estaba. Una negación me dejó fijado en la ventana, no quería creer que le pasara sólo a ella, pero volví corriendo a la habitación. Eso, esa marca diabólica se había extendido por todo el rostro. No, no extendido, no había comenzado en un punto haciendose camino por las facciones, era más como si estuviera apareciendo la verdadera realidad que no era clara, sino borrosa. Le daba vueltas a la cabeza, cómo podía suceder aquello. Tenía que hacer algo para salvarla, aunque todo resultada extrañamente placentero, la marca esa no podía ser normal. La apuré para que se vistiera, quería que salieramos a la calle, tal vez así me diera tiempo de pensar algo. Le dije que mejor desayunar fuera, sentía que debajo de aquello se dibujaba una cara de aprovación y saltó de la cama. Mientras nos dirigíamos a un pequeño bar del puerto que nos gustaba frecuentar inspeccioné la cara de los que dejábamos atrás. Algunos fijaban la mirada en nosotros, pero no era diferente a la de cualquier otro día, sin duda ella siempre había sido hermosa. Al final de la calle vi a un viejo amigo de ella, K. Estaba sentado en un banco como esperando. Cogí a mi amada por el brazo y la arrastré hasta dónde estaba K. Se quitó unas enormes gafas de sol y nos sonrió. La miraba a ella, pero casi sin reparar en mí. ¿Podría ser que el también lo viera? Mis labios intentaron dejar escapar unas sílabas cuando él preguntó qué hacíamos por allí. Yo no podía responder, su cara parecía arregle y no notaba ninguna preocupación, tenía hasta un brillo en los ojos. Continueran hablando tranquilamente mientras yo me paraba ahí, atónito. Me setnía como un espectador, completamente olvidado, ella ni posaba los ojos un momento sobre mí, bueno, eso no lo sabía, pero sí la oía hablar. Intenté que nos fueramos de aquel banco, necesitaba pensar tranquilamente qué hacer. Agarré su brazo para arrastrarla de nuevo, pero ella se quedó ahí, plantada. Todo se quedó en silencio. Preguntaba qué pasaba, ella me devolvió la pregunta, yo no sabía qué responder. Sabía que le estaba haciendo daño, alrededor de mi mano que asemejaba una garra la piel empezaba a volverse morada. Seguía poniendome nervioso, y K se levantó, evidentemente se había dado cuenta de que algo no iba bien. Empecé a gritar "¿Cómo no puede verlo nadie?, ¡estáis todos ciegos!". Me fui de allí con una rabia contenida, me dolía la mandíbula de la presión con la que mordía el vacío. Ella se quedó atrás sollozando, eso oía. La borrosidad ya se había extendido hasta llegar al pecho. Ahora me siento cada día a la misma hora, en la misma plaza. La veo pasar todas las mañanas, ella no me ve a mi, pero yo sí a ella. Algunos dirán que la he perdido para siempre, más yo soy el único que la ha ganado realmente. Después de mucho meditarlo, al fin lo he comprendido. Aquella anomalía que apareció como cualquier otro día era la prueba de que había alcanzado a amarla sin reservas. Mis ojos han dejado atrás las apreciencias, y ahora la veo como realmente es, con su presencia difusa, nunca nadie podrá estar tan cerca de amarla como yo, y eso no lo cambiaría por nada. Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://caprica.blogalia.com//trackbacks/66695
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